La consumación de Moroni

“Pasarán suplicios,  imágenes y cifras
Hasta que el Creador ordene a sus ángeles
Que lo intenten nuevamente.”






En la primavera de 1823 mientras algunos patriotas estadounidenses complotaban la Doctrina Monroe, otro americano, Joseph Smith meditaba acerca de sus pecados y de la vida promiscua a la que los impulsos de su juventud lo habían arrastrado.
Tal era su reconcomio y su dolor por lo acontecido, que aquella noche del 21 de septiembre rezó con mayor ímpetu que nunca; rezó al Señor con toda la fuerza de su arrepentimiento.
Fue entonces cuando una luz brillante y amarillenta descendió desde el techo hasta inundar de calidez toda la habitación.
-No temáis Joseph porque Moroni es mi nombre–dijo la criatura celestial vestida en túnica blanca que flotaba en el aire junto a su lecho-. He venido en nombre de tu Dios para instruirte en Santa Misión.
Entonces el ángel le habló de Urim y Thummim[1], y sobre todo, le habló del libro y de sus virtudes.
El libro era de oro puro y contenía las leyes que debían ser conocidas por los hombres. Estaba escrito en una lengua antigua, indescifrable, quizá un egipcio arcaico o codificado. Hasta esa primavera, ningún otro mortal había tenido el privilegio de contemplarlo.
El ángel Moroni entregó a Joseph un extraño artefacto con varias lentes y espejos superpuestos. En los marcos ovoides yacían piedras preciosas incrustadas. A través de este artefacto la Escritura de Dios podía comprenderse. Tras esto, se despidió de Joseph y retornó a los cielos, llevándose consigo a Urim, Thurim y también el Libro Santo.
Ante la revelación, el bienaventurado Smith escribió otro libro al que se llamó “El Libro de Mormón” y bajo esta piedra angular fundó “La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos días”.
Toda su vida dedicó a esta causa y así enfrentó implacable a todos sus enemigos. Muchos años más tarde el movimiento logró imponerse entre las religiones. No obstante, Joseph Smith también mintió.
El Libro de Mormón no fue escrito con lo que el profeta verdaderamente había leído en aquel encuentro. Una prostituta del estado de Illionis, que aseguraba conocer la verdad, resolvería finalmente el misterio.
Había conocido al profeta en un club nocturno durante una de sus tantas borracheras y había pasado la noche con él. Nunca se lo hubiera preguntado ni tampoco le interesaba en absoluto el tema, pero Smith le había hablado durante toda la noche del ángel y del libro.
-He visto las tres esferas –murmuraba Smith con ojos desorbitados–. ¡Maldita sea! ¡Las he visto! ¡Y lo único que pude hacer fue predicar!
El bienaventurado Smith temblaba de terror ante sus propios recuerdos. Luego, entre lamentaciones alcohólicas y respiraciones agitadas, explicó el verdadero contenido del libro.
-La Primera Esfera es matemática y corresponde a la Verdad Absoluta. El universo es tan sólo un mero cálculo; un cálculo infinito y versátil que Él en su misericordiosa sabiduría intuye[2] y esclarece.
A cada alma corresponde una cifra y a cada plegaria un signo. Los resultados se anexan al cálculo primordial y a esta ley el Creador llamósele  Destino y los hombres llamáronle Tiempo.
La Segunda Esfera es geométrica y corresponde a la Forma en la que la Creación se manifiesta y percibe. A pesar de su engañosa complejidad, el universo no es más que una elemental combinación de formas geométricas. No existe unidad alguna que no pueda ser descompuesta en sus bases elementales y vuelta a reconstruir. A esta respiración cósmica se permitió llamársele vida pero también llamósele muerte.
La Tercera Esfera es abstracta, inmaterial e incorpórea. En ella se dispersa todo aquello que no puede fraguarse en los dos anteriores sentidos de la existencia. Es el Caos, lo Impensable; es también lo Imperceptible y lo Profano.
El Bienaventurado vació el whisky hasta el fondo para refrescarse la boca, suspiró  y luego comenzó a sacudir a la muchacha con ambos brazos como si deseara que despertase de algún letargo.
-Quien abra los ojos al abismo renegará de Dios, desafiará sus leyes y será condenado a una realidad eterna y sin sentido[3]. ¡El Señor se apiade de aquellas desdichadas criaturas!
La prostituta no entendió casi nada de todo el sermón que acababan de recitarle. De todos modos, prefería tener que soportar al “santurrón” en lugar de que le hubiese tocado el “bravucón pendenciero” o el “abandonado por su mujer”. Estas eran generalmente sus posibilidades para una noche de trabajo.
De una cosa estaba bien segura: no pensaba rebajarle ni un solo centavo a este hombre por más de que perdiera su tiempo en lugar de disfrutar de ella.
En alguna parte de los reinos celestiales, Moroni sentado a la diestra del Padre se perdía en meditaciones:
Lo terrible de la humanidad no era el libre albedrío que corrompe al Cálculo, ni las formas indebidas de pensamiento en que se condensan los infiernos. Ni siquiera el hecho de que los santos, las putas y las revelaciones suelan tener acuerdo tácito para la ilustración redentora. Lo terrible, concluía Moroni, lo que atenta subversivamente contra toda posibilidad de comprensión teológica, es simplemente aquella impertinente palidez religiosa que tanto obsesiona a los hombres.

[1] En la antigua religión israelita estas palabras remiten a “luz” y a “inocente” respectivamente. Para la Iglesia de todos los Santos representan las tabillas de plata que el ángel Moroni entregara al profeta Nefi en el año 150 a. C. Evidentemente el autor se equivoca al aseverar que fuera Joseph Smith el destinatario de estas tablas sagradas.
[2]En la intuición se manifiesta el conocimiento divino. Se trata de un modo de conocimiento perfecto y directo que desconoce el entorpecimiento de la razón
[3] El tormento del infierno para el alma humana consiste en la privación de las otras dos esferas que son las que ponen orden en cuanto a la forma y al espacio-tiempo del universo.

2 comentarios:

  1. Muy Bueno!! Claro y ágil. Me parece interesante cuando este supuesto héroe se vuelve de carne y hueso. Cree haber hecho lo mejor que pudo y con las mejores intenciones pero "el infierno en su alma humana" lo transforman en un ser oscuro. Me gusta la conclusión de Moroni. Alma Doré.

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  2. El problema de la imprecisión de los datos en este tipo de relatos, sumados a las fantasías del autor, llevan al lector incauto y haragán a creer que esto es cierto.

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